
Nos referimos a lo cotidiano cuando hablamos de lo habitual, lo que comúnmente realizamos, las actividades que llevamos a cabo a diario de manera inconciente.
Lo que hacemos sin darnos cuenta por la sencilla razón de que lo hacemos todos los días.
Yo me pregunto entonces: ¿Qué posee más valor lo que hago una sola vez en la vida o lo que hago a diario y dependo de ello?
Hace muy poco sentí cuanto realmente esto valía o que tanto merecía, de una manera que jamás pensamos pero que vivimos todos, simplemente sucedió y nadie estuvo ajeno a esto.
Cuantas veces hemos encendido un televisor dejándolo así por horas sin prestarle atención a este?, cuantas veces fuimos al baño, largamos la llave, nos lavamos las manos y luego la cortamos? Cuántas duchas nos hemos dado rápidamente para salir?
¿Cuando y en que momento perdemos la mística de lo que realizamos?
¿Será porque nuestra mente tienes esa leve inclinación a pensar en el futuro, como cuando vamos a salir y nos estamos vistiendo solo pensamos en que vamos a salir y no en lo que nos estamos poniendo?
Necesité una catástrofe para ver que las noches no son tan oscuras como parecen, para sentir el poder no existe en el ser humano y sentir que de la noche a la mañana puedes perderlo todo.
Necesite una catástrofe para quedar completamente incomunicada, una catástrofe me hizo compartir más con mi familia… y esa misma catástrofe hoy me tiene en un gran suspenso.
Y ahora le preguntó a la vida, ¿De qué otra manera me enseñarás a valorar?
No quiero sufrir por lo que acabará, quiero agradecer por lo que viví… Porque la última palabra siempre la tuvo y la tiene Dios.